sábado, 17 de mayo de 2008

El Dia Que Marilyn Manson Visitó Chile


Siempre que me quedo trabajando hasta tarde, una banda sonora que me acompaña en esos momentos de soledad y concentración es el recomendable “Eat Me, Drink Me”, el sexto disco de estudio de Marilyn Manson, aunque aquel trabajo debe ser considerado claramente como un disco solista de Brian Warner. Lo cierto es que cada ve que escucho esa placa o cualquiera de Manson, mi mente siempre empieza necesariamente a divagar en los vívidos recuerdos de su primera visita al país hace ya 12 años, por lo cual compartiré con ustedes esas emociones sicóticas en esta sección.
Haciendo un poco de historia, con la salida del álbum “Antichrist Superstar”, el “Reverendo” provocó una verdadera revolución musical y mediática de proporciones titánicas. Fue algo similar a lo que pasó cuando salió Guns ‘N’ Roses y su “Appetite for Destruction” en 1987; o Nirvana y su “Nevermind” en 1991; o Korn y su debut homónimo en 1994; es decir el mundo de la música rock se estremeció, pero lo de Manson fue más lejos y remeció todos los cimientos de las más hipócritas sociedades ultra conservadoras del mundo, ni hablar de las fundamentalistas instituciones católicas. De un paraguazo, Marilyn Manson pasó a ser el enemigo público Nº1 en Estados Unidos, desplazando de dicho “honor” a Ozzy Osbourne que durante años había sido merecedor de tal distinción.
En ese contexto aterrizó Manson por primera vez en Chile, en noviembre de 1996. Por aquel entonces, yo pololeaba con una bella chica rockera y como su cumpleaños era el 21 de noviembre, para celebrar le dije “vamos a La Batuta que hoy toca Criminal y van a grabar un EP en vivo”. En eso estábamos, esperando que abrieran la puerta, cuando un tipo enorme, con bigote a lo “Sam Pistolas”, sombrero vaquero y botas de piel de serpiente, se acercó a la puerta y le dijo al guardia (en inglés), que en 30 minutos más volvería con cinco personas. Claramente, un gringo en esa facha no iba a ver a Criminal, por lo que se me encendió la ampolleta y dije “tate, este es el tour manager de Marilyn Manson”. Lo comenté con mi chica y mis amigos y nadie me pescó, hasta que al rato, desde las penumbras de la Plaza Ñuñoa, emerge la figura flacuchenta de un tipo alto y blanquecino de ojos extraviados. De inmediato y a varios metros de distancia, lo reconocí ipso facto; era Marilyn Manson en persona, y detrás de él, el resto de la banda: el bajista Twiggy Ramírez, el tecladista Madonna Wayne Gacy, el guitarrista Zim Zum y el batero Ginger Fish. Como un rayó salté de mi posición y le dije: “Mr. Manson, please welcome”. El tipo me miró, esbozó una mueca que interpreté como una sonrisa e ingreso al local. Al ver que yo me quedaba afuera, me hizo un gesto con el brazo para yo y mi grupo ingresáramos con él. Cuento corto, mientras tocaba Criminal tuve la oportunidad de conversar largo y tendido con Brian Warner y toda la banda, bebiendo abundante vino tinto, hasta que apareció Sara Ugarte de ese experimento de banda industrial femenina que se llamaba Venus y Manson se “enganchó” con ella.
Al día siguiente, la banda tocaba en un festival organizado por una marca de helados (aunque no lo crean). Así, Marilyn Manson se presentó el viernes 22 de noviembre de 1996, en el Court Central del Estadio Nacional en el marco del “Festival Crazy Rock”, junto a grupos tan disímiles como los nacionales de Los Tetas, los argentinos de Illya Kuryaki and The Valderramas, los ingleses Spacehog, junto a la deserción a última hora de Porno for Pyros, una de las tantas encarnaciones musicales de Perry Farrell post Jane’s Addiction. Como en otros lugares del mundo, grupos religiosos y teocráticos pidieron la suspensión del concierto, pero afortunadamente, éste se hizo igual. Entre la audiencia habían muchos niños con sus padres, asistencia quizás motivada por los otros grupos del festival. Como sea y con un gran contingente policial dentro y fuera del recinto, Manson salió a escena cerca de la 1 de la mañana y de verdad parecía que el averno se abría de par en par: nunca he visto en este país una performance tan violentamente brutal y aplastante. Un sonido demoledor pero perfecto y un Manson visceral, y verbal y fisícamente, agresivo con el público, con su banda y con él mismo. Nunca olvidaré cuando Manson estaba tomando vino de una botella, la quiebra contra un amplificador y con el gollete se hace un corte de unos 10 cms. sobre una de sus costillas y la sangre comienza a brotar enseguida, ¿si esto no era una representación literal de la flagelación del (anti) Cristo, que otra cosa podía ser?
Al año siguiente Manson se repitió el plato en Chile con un nuevo y demoledor concierto, y publicó su autobiografía; un excelente y revelador libro titulado “The Long Hard Road Out Of Hell”. En uno de los párrafos dedicados a su tour mundial del año anterior, menciona: “Chile fue una auténtica locura, nunca había visto policías con tanques en uno de nuestros shows y la noche anterior nos emborrachamos con vino viendo tocar a una banda de death metal hasta que terminamos comprando un extraño polvo rosado en una plaza cercana…” sin duda genio y figura hasta la sepultura. Y aunque ahora se pueda decir que el tipo está mucho más aburguesado y “controlado” por el star system, es de esperar que nada ni nadie detenga su febril lucidez de pensamiento, porque el rock siempre va a necesitar tipos como él, para recordarnos a todos que esta música es provocación, rebeldía y todo lo contrario a lo social y políticamente correcto.


Por Cristian Pavez


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