domingo, 1 de agosto de 2010
Milan Ivelic, Enemigo del Arte Chileno?
Por J. G. Tejeda
Indignación me han causado los comentarios del todavía director del Museo Nacional de Bellas Artes (lleva ya 17 años en ese sillón) en una entrevista publicada por The Clinic, dando por buena la censura a que sometió mi exposición Ferocitas, presentada en enero pasado en la Sala Chile del museo. No le ha bastado con dañar a un artista, ahora se ufana de ello.
Abusando de sus atribuciones, Milan Ivelic me forzó entonces a una negociación muy desagradable, impropia, en pleno montaje. Blandiendo un índice amenazante (que lo tiene de gran tamaño) y desde la altura de sus dioptrías, este funcionario se paseaba con mirada inquisitiva ante las obras dispuestas cuadrangularmente en el suelo de la sala, apartando algunas que iba disponiendo en unos montoncitos. Yo estaba entonces preocupado de la iluminación y de la correcta adherencia de un papel mural en uno de los paneles, que era cosa técnicamente compleja. Me había gastado tres millones de mi bolsillo entre catálogos, marcos, vitrinas, y aunque mi primer impulso fue el de mandarme a cambiar con mi exposición, finalmente me decidí a hacer lo posible para salvar el esfuerzo realizado. Había allí diez años de trabajo cuidadoso, y seis meses de dedicación casi exclusiva al proyecto. Quizá no debiera haber entrado en esa transacción.
Siempre he pensado que el Museo pertenece a la República de Chile, no a Milan Ivelic, y que se trata un espacio dedicado al arte, no a la diversión de las familias como pretende estúpidamente este señor. Para eso están Fantasilandia, los malls, las tiendas de donuts, los títeres, los videojuegos y tantas otras cosas. ¡Que exista al menos un espacio público destinado a que se encuentren allí los artistas y la gente, un recinto donde se hable de los asuntos que han recorrido medularmente la historia del arte desde que el hombre existe: la muerte y la vida, el cuerpo humano deseante o enfermo, la ciudad y el paisaje, el pasado y el futuro, lo masculino y lo femenino, lo bello y lo corrupto, lo naciente y lo desfalleciente, la soledad y los demás, todo eso que bulle en el corazón y en la mente! Por alguna razón vemos a la entrada del Museo esa espléndida escultura de Rebeca Matte con dos cuerpos desnudos en bronce, “Unidos en la gloria y en la muerte”. Por eso, supongo, alguien dejó en el primer piso una disminuida copia en yeso del célebre Apolo del Belvedere (por cierto con su pene a la vista), que tanto comentario erótico provocó en su tiempo por parte de su descubridor Winckelmann. En fin, como en el psiconálisis, como en la medicina, el arte para ser de verdad, para estar vivo, necesita de una mirada inclusiva y no de una mentalidad policial. El trabajo de los artistas tiene que ver con la belleza y la verdad, no con las aduanas.
Mi exposición estaba centrada en el cuerpo humano, o mejor dicho en mi propia vivencia subjetiva y profunda del cuerpo, o del espíritu, o de lo que sea finalmente este envase animado en que pasamos la existencia, y en mis cuadros comparecían muchas de las visiones de fragilidad, potencia, abandono, soledad, dolor, amor, amistad, pertenencia, cambio, entusiasmo, que son propias de las mutaciones físicas, que eso es estar vivo. Pero hete aquí que este director extraviado comenzó a contabilizar con su dedo castigador los penes en estado de erección (28 en total de 129 obras), exclusivamente los penes y no los corazones (14), ni las cabezas (165), ni las manos (276), ni las vísceras desplegadas (8), ni los resplandores (34), llamándome a continuación a su deprimente oficina para confesarme que por mi culpa hacía tres días que no lograba dormir. ¡Qué tragedia! Creo que el sueño delicado o profundo de un funcionario tiene poco que ver con el arte, pero de eso estábamos hablando en su despacho, oh vergüenza y escarnio para los artistas de este país, siempre basureados, habitualmente mal pagados, mirados con ojo sospechoso por los suegros, por los bancos, por quienes dan en arriendo departamentos o casas, por los ejecutivos de las empresas, a ver esos chascones raros, esos inútiles, esos flojos festivos, esos afeminados, esos psicópatas, al tanto que estos pretendidos especialistas cuyo sueldo se justifica si ayudan y no si nos hostilizan se llenan la sucia boca con florituras mentirosas acerca de la cultura y de la libertad de expresión. ¡Miserables!
Empeñado en dibujar lo para Milan indibujable, estaba siendo forzado yo a darle mejor sueño a este señor. ¿Qué es en verdad lo dibujable? Tragándome el asco, tuve que argumentar. Le hice ver que eran piezas íntimas, de formato pequeño, acuarelas nada realistas, centradas en la soledad, y que para quien pretenda ver porno duro lo mejor es ir directamente a Google. Pero Google no le preocupaba. Y que, añadí, si es por penes en estado de erección lo invitaba yo a él a recordar la expo precolombina con que se inauguró el Centro Cultural del Palacio de la Moneda, con muchos presidentes, ministros, primeras y segundas damas, y en esa expo había aproximadamente cuatro o seis veces la cantidad de falos que en la mía, más modesta, y además los precolombinos eran en tres dimensiones, oh terror de las noches milanescas. Observé adicionalmente que quienes forman parte de sectas laicas o religiosas convencidas de que el falo no existe o que si existe no debiera ser representado, pueden muy bien vivir de acuerdo a ello en la privacidad de sus vidas, pero que no es justo imponer tal censura anatómica a los demás conciudadanos en pleno siglo XXI. Le recordé que le había llevado a ese mismo despacho varias de las obras, incluyendo una de las censuradas, y que personal del Museo había podido ver en mi estudio la exposición completa. Sus argumentos eran siempre muy pobres, o sea no eran argumentos sino apenas regurgitaciones prejuiciadas y temerosas, más propias de un salón que de un museo. Pero él tenía las llaves en su mano, y debí inclinarme, no debía haberlo hecho pero hacía mucho calor y me daba lata pasarme el verano denunciando el abuso de poder de un funcionario de mente anquilosada.
Logró el hombre finalmente que retirara yo tres obras de la muestra, me comprometí a amortiguar aún más la ya penumbrosa iluminación de otras (cosa que no conseguí hacer, tuve problemas técnicos) y convinimos en poner en la entrada un letrerito advirtiendo a los adultos de que allí dentro había representadas partes del cuerpo humano que son partes del cuerpo humano. Oh my god!
Pasarán los años y este censor, como muchos otros, será justamente olvidado. Nada sabrán de él las futuras generaciones. Pasarán los años, y los artistas seguiremos obsesionados con aquello que se quiere eliminar de la realidad. Porque en tiempos oscuros siempre los creadores han estado presentes, por suerte, para hablar por la boca muerta de los otros, para desplegar en toda su irradiante belleza la complejidad de la existencia, para mostrar el estallido cotidiano de las pasiones humanas, para traer a presencia el tema de la tortura cuando ha habido tortura, para denunciar el racismo y el clasismo que tanto nos empequeñecen, para reclamar el esplendor del cuerpo y la diversidad del espíritu humano, para luchar por la libertad de expresión y demás derechos fundamentales, para preservar la belleza del entorno, la dignidad de las ciudades, la majestad de las personas. Y esto no forma parte de un programa o de una postura política, es algo más profundo: es la convicción de que el ser humano constituye una integridad, y que todo lo que le pertenece forma parte de nuestra condición, y que los mutiladores, los censores, los torturadores, los hipócritas, los bobos, los parceladores, los abusadores, son nuestros enemigos.
Fuente
http://www.theclinic.cl/2010/08/01/milan-ivelic-enemigo-del-arte-chileno
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