Una inmensa limusina blanca se anuncia estrepitosa en pleno barrio de Salamanca. Se posa al lado de los autobuses interurbanos, lo que ofrece un contraste curioso incluso en plena Milla de Oro. Los viandantes se paran a su paso y cuchichean: “Ahí va una estrella de cine, seguro”. Se detiene el coche y baja ella, esa bailarina de burlesque con cuerpo de diva hollywoodiense. Viene de los años 40 y es tan delicada como evidencia el color nácar de sus mejillas. Es Dita Von Teese. “¿Y quién es esa?”, se pregunta uno de los curiosos. “Una que se desnuda y cobra un pastón”, responde otro. Welcome to Spain.
“No quiere oír ni hablar sobre Marilyn Manson”. El encuentro con Dita, mujer fetichista donde las haya, se desarrolla entre exigencias de una estrella de su calibre, que se hacen efectivas nada más pisar el suelo español, donde pasará solo unas horas en esta ocasión. Para los desplazamientos, requiere una lujosa limusina adecuada a su relevancia. Para sus entrevistas con los medios, muy importante el carmín rojo, abundante maquillaje, una indumentaria que realce su fisonomía y unos taconazos a ser posible de Louboutin. En este caso, no requieren retirarle la mirada para evitar que se derrita, pero Dita impone. Su fragilidad es de doble filo.
Las preguntas no pueden superar los tres minutos. Algunos recuerdan que la última vez tuvieron que esperarla casi dos horas. Así son las celebrities como ella. Y eso que no es extremadamente conocida en nuestro país. Menos cuando luce gafas de sol para mimetizarse con el vulgo. Le cuesta sonreír, porque juega a ser interesante. A veces lo hace, porque es finísimamente educada. Su jefa de prensa es como una institutriz inglesa. Solo ha venido a hablar acerca de la coctelera para Cointreau que ha diseñado. “¿Considera injusto el trato que ha recibido John Galliano en Dior?”. La respuesta no se hace esperar. “No hemos venido a hablar de eso”, contesta su manager. Para entonces, Heather Renée Sweet, que así se llama realmente, ha confesado que no es amiga íntima del diseñador gibraltareño, pero que le desea una pronta vuelta al mundo de la moda.
Sobre Paz Vega, su doble española, no se muestra demasiado preocupada. “Ella es actriz y yo bailarina. Me alegra que se inspire en mí. La conocí una vez en un desfile de Dior y me encantó”. Que le encanta nuestro país, que todavía no está lo suficientemente enfadada como para ponerse a bailar flamenco…. Todo bastante previsible. Termina el encuentro con la prensa en el Uno de Molina, el local de moda en Madrid. Un fan la espera en la puerta, pero ella se monta en su 'discreto' coche y se pierde por las calles de la capital. En verdad, más que bailar, trabajo por el que se puede embolsar 20.000 dólares por diez minutos, lo suyo es patrocinar productos. La gentileza no se compra ni se vende.D
No hay comentarios:
Publicar un comentario