domingo, 6 de noviembre de 2011

La Redencion de Marilyn Manson (Nota de Prensa)

Se refirió a los años que estamos viviendo y que estamos en una época en la que todos podemos crear cosas. Aquí cabe preguntarse: ¿es tan raro que un cantante pase a la pintura como parte de esa búsqueda creativa?

Me resulta difícil imaginar que el hombre que se presentó el miércoles pasado —Día de Muertos— en el Colegio de San Ildefonso, sea el mismo que en 2003 fue acusado de satánico en Monterrey y por el que grupos religiosos lanzaron plegarias al cielo, rogando por la salvación de su alma. Marilyn Manson, ese rockero que llena estadios a grito pelón con sus ojos bicolor y maquillaje andrógino, odiado por padres de familia y jerarcas religiosos, se presentó como un hombre sensible y en ciertos momentos simpático. Sereno, a medio rapar, enfundado en una chamarra negra y tras sus enormes lentes oscuros comenzó bromeando sobre su estancia en México (“me prometieron algunas drogas y me pareció cool”) y sobre lo significativo de la fecha en que llegó. Admitió que comparte la visión mexicana de la muerte: “Es un ciclo natural, inevitable, sin esa carga negativa de nuestro Halloween. Me encanta”.

El museo universitario va a exponer, hasta el 5 de febrero, 30 acuarelas realizadas por el Antichrist Superstar bajo el nombre de The Path of Misery. Obras autoreferenciales realizadas de 1999 a la fecha, algunas pintadas con absenta, su bebida favorita. “No es una muestra de las cosas que uno necesariamente podría encontrar a lo largo del camino: son las atracciones paralelas que he evitado a lo largo de los años”, dijo. Su comienzo en el dibujo fue como cartonista, pero poco a poco se inclinó por la acuarela, con una técnica de trazos fuertes y colores contrastantes. Figuras deformes —por momentos monstruosas— inundan su trabajo que una vez ya se utilizó como portada de su disco Lest we forget, de 2004.

Manson llegó a San Ildefonso como un rockstar pero también como un artista. Tranquilamente contestó las preguntas que le hizo la prensa, sin alborotos ni sobresaltos. Pidió que su obra sea vista como el proceso con el que se reinventa aunque sabe que ante todo él es un showman. Tan sólo busca, dijo, llenar un vacío creativo que no le da la música metalera. Mostrar la visión que tiene de la vida, provocar cualquier sentimiento posible en los espectadores sin dejar de ser él mismo.
No lo es, de hecho hay algunos ejemplos destacados. David Bowie ha dedicado buena parte de su carrera a la pintura, experimentando con diferentes técnicas y exponiendo con bastante éxito. John Lennon dibujaba y garabateaba en cualquier lugar, con trazos sencillos y muchas veces con contenido erótico; sus litografías son altamente cotizadas en el mundo del galerismo.

Más conocidos han sido los ejemplos en el campo de la actuación: Dennis Hooper era un excelente actor, pintor y fotógrafo. Pierce Brosnan (sí, el ex 007) y el mimo Marcel Marceau son reconocidos por su gran técnica en los lienzos y, en menor medida, Viggo Mortensen, Johnny Depp o Anthony Hopkins. Vaya, hasta Sylvester Stallone o Billy Dee Williams podrían pararse sin problema en el Jardín del Arte de la colonia Roma a mostrar sus pinturas (aunque la dura realidad es que muchas celebridades que tratan de pasar de un lado al otro del arte lo hacen con más pena que gloria).

¿Es natural pensar que al ser personas creativas y sensibles necesiten incursionar en otros campos del arte? Posiblemente. Aún así nos seguimos preguntando qué tan genuino es que lo hagan o si es sólo un recurso de celebridades tratando de hacer más dinero. Estoy seguro que usted, amable lector, en algún momento ha pensado que “ahora cualquiera es pintor” y tiene razón. Si Justin Bieber tomara el curso de pintura feliz de Bob Ross, tenga por seguro que sus trazos se cotizarían fuertemente en el mercado negro del arte adolescente.
Afortunadamente en el caso de Manson, él pide que no se le compare con verdaderos artistas —Dalí y El Bosco son sus grandes influencias— ya que su finalidad es más sencilla: “Pintar me hace feliz y mostrarlo hace que me vuelva mejor como artista, no sólo como músico”. Eso sí, las críticas a su obra no han sido indulgentes con él: su exposición en Viena, Genealogies of Pain, fue criticada duramente por medios locales cuyas opiniones iban de “sus pinturas son más horrorosas que su música” hasta “grotesco y fraudulento” (aunque me imagino que eso en su caso debe ser más un elogio que una ofensa). Personalmente creo que tiene una buena técnica y domina de manera ejemplar el color; nada mal para un satánico con ojo de vidrio.

“Creo que no está tan loco como imaginaba”, me dijo un compañero esa noche después de oírlo hablar durante un rato y recordé la vez que lo acusaron por haber motivado la matanza de estudiantes en Columbine o cuando fue designado Reverendo de la Iglesia de Satanás. Al contrario de lo que la mayoría piensa, en persona Marilyn Manson da la impresión de cuidar cada uno de sus pasos ante los medios, casi demasiado, y sabe aprovecharlo. Un producto perfectamente calculado de la cultura pop. La mediocridad y el pasar desapercibido no es algo que se asocie con él: “Lo que define a un artista es no temer a crear algo que no existe previamente y es de ahí donde proviene mi inspiración. No puedes llamarte a ti mismo artista y tener miedo por crear algo, si tienes dudas entonces eres un mediocre”. Tampoco oculta su relación y la influencia que tiene Jodorowsky en su trabajo: “Es un gran tipo, lo quiero como a un padre”.

Así, mientras un grupo de fanáticos trataban de entrar a San Ildefonso para ver al rockstar y un puñado de indigentes vestidos como calacas dormían a pocos pasos del recinto, se refirió a la miseria que expresa su obra: “La miseria que quiero mostrarles no es la miseria como pobreza —comentó—, es una miseria más profunda y al mismo tiempo es más simple: si haces algo que te gusta, lo vuelves a hacer para sentirte feliz. Lo haces una y otra vez porque te gusta. Pero si al contrario haces una y otra vez cosas que no te gustan ni te satisfacen, habrás encontrado el camino a la miseria real”.

En efecto, loco es el último adjetivo que se me ocurre para describirlo.

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