The Ides of March, la cuarta película de George Clooney como director (estrenada esta semana bajo el título Secretos de Estado), se sustenta sobre la mirada, idealista hasta la ingenuidad, del ambicioso y brillante agente de un candidato demócrata ante las internas presidenciales en Ohio. El precandidato es, a ojos de su agente y asesor –que escribe sus discursos–, el norteamericano liberal perfecto para sacar al país del pantanal en el que se encuentra: un hombre honesto, cabal, inteligente, progre, que está a favor del aborto y en contra de la guerra, que es eco-consciente y tiene por única religión “la Constitución”, y que se opone a la pena de muerte (“si alguien asesinara a mi esposa, lo mataría”, admite, “pero como sociedad debemos ser mejores que como individuos”); que además es caballeroso y carismático y como si fuera poco está interpretado por el propio Clooney. Su asesor, Stephen (Ryan Gosling), sencillamente lo idolatra, al punto de que no está dispuesto a aceptar la advertencia que le ofrece una curtida periodista del New York Times: “Te va a defraudar. Todos son buenos. Pero tarde o temprano todos te defraudan”. Como una película de iniciación para adultos ambientada en el mundo de la política (es decir, un relato de corrupción, de ángeles caídos y pactos fáusticos), The Ides of March se dirige inexorablemente hacia el desencanto. Y la clave dramática de este fin-de-la-inocencia queda encarnada en un algo inesperado tercer personaje. Una chica cuya característica principal hasta ahora se ha jugado casi siempre entre el candor, la ingenuidad, cierta frescura juvenil que parece destinada a durar para siempre, y una precocidad rabiosa, la insinuación sexual, el riesgo: Evan Rachel Wood.
En el de Molly, la pasante de la campaña demócrata que interpreta Evan, se juega un lugar fundamental, simbólico, podría decirse, para la película. La chica se lleva a la cama a Stephen tras seducirlo con esa ambigüedad que Wood ya lleva la mitad de sus 24 años de vida explotando en pantalla. El elige creerle que ella es mayor de edad, como elige creerle a su presidenciable “perfecto” las promesas de campaña que él mismo le redacta. En la ingenuidad desencantada de lo que ocurre a continuación en Secretos de Estado late la amargura de las decepciones que el Hollywood liberal de Clooney y compañía ha sufrido a manos de Bill Clinton y (por supuesto) Obama.
Y de algún modo, el destino del personaje de la pasante representa justamente ese brutal fin de la infancia que narra la película, a la vez que ha sido un eje esencial de la carrera como actriz de Evan. Nacida en Carolina del Norte en 1987, criada en una familia “de artistas” (mamá –su representante– y papá actores de teatro; él, Ira Levin Wood III también dramaturgo y director de una prominente compañía llamada Theater in the Park), Evan actúa desde los 7 años pero se reveló al mundo siete después, cuando protagonizó la elocuentemente titulada A los 13. A partir de entonces buena parte de las adolescentes que interpretó parecieron construidas sobre un salvaje contrapunto entre su imagen angelical, de nena rubia y virginal, y sus presuntamente escandalosos descensos al mundo de las drogas y el sexo duros: fue la quinceañera que le inventaba una denuncia por acoso a una maestra en Pretty Persuasion; se fugaba con el “cowboy” bastante mayor Harlan (Edward Norton) en Down in the Valley; fue la nena “rebelde” en The Life Before Her Eyes –un drama sobre dos amigas quinceañeras atrapadas en una masacre escolar a lo Columbine–. Luego actuó madurez y frialdad y resentimiento contra su padre (Mickey Rourke) en El luchador y su opuesto casi absoluto, la ingenua pueblerina que cautiva al misántropo sesentón Larry David en Que la cosa funcione, de Woody Allen. Fuera de la pantalla, la misma operación: su impoluta imagen de niña bonita, de la mano de Marilyn Manson, en una relación romántica de cuatro años de la que nació un videoclip, el de “Heart-Shaped Glasses”, en el que (con ella caracterizada como la Lolita de Sue Lyon) simulan sexo en un auto bajo una lluvia de sangre. De pronto “sale del closet” declarándose bisexual (en lo que la prensa vio como una jugada publicitaria); otro día dice ser fan de ¡Justin Bieber! Hace un tiempo dijo: “Esta va a ser la última vez que hago de adolescente”. Y no cumplió, por supuesto: hasta la encantadora reina vampira de Louisiana que interpreta en True Blood es una suerte de púber consentida y malcriada, acostumbrada a que se cumplan todos sus caprichos. Pero probablemente el año pasado haya alcanzado el clímax de esta serie ascendente de chicas en busca de problemas, en la miniserie Mildred Pierce, de Todd Haynes. Allí su madre (Kate Winslet) intenta ahorcarla –quizás en nombre de todas sus madres de ficción–, justo después de encontrarla en la cama con uno de sus amantes. Apenas antes, vimos salir a la renegada Veda (Evan) de entre las sábanas rojas con una mirada cargada de veneno y provocación, y –en el que fue el primer desnudo frontal completo de la actriz– trasladar su cuerpo largo y delgado, blanco casi hasta la transparencia, a través de la habitación para sentarse displicente frente a un espejo. De pronto es un monstruo, como su madre, atrapado en la figura de una mujer hermosa. O es sólo Evan Rachel Wood interpretando –como en la pasante de destino fatal de Secretos de Estado–, esta vez sí, el final absoluto de la infancia de todos sus personajes