miércoles, 23 de septiembre de 2009

Recordando EAT ME DRINK ME

Cuando salía del castillo alemán donde presentaba para los medios europeos su nuevo disco “Eat Me, Drink Me”, Marilyn Manson se parecía más que nunca a Brian Warner. De la mano de su novia de diecinueve años, la actriz Evan Rachel Wood, Manson se veía como un ser humano normal, débil e inseguro de los poderes súper-humanos de su personaje. Se extrañaba en el ambiente ese aire de “malignidad majestuosa”, ese respeto silencioso, mezcla de reverencia y temor que deja tras cada una de sus apariciones. Marilyn Manson ya no parecía invencible, no parecía superior al resto ni mucho menos un Dios… o un AntiCristo.
Esta humanidad repentina que demuestra ante los ojos atónitos del mundo tiene nombre y apellido: Dita Von Teese, su ex mujer, la bailarina de burlesque que le rompió el corazón y le dejó débil y suspirando. El vampiro se volvía mortal sin la sangre de su amada y la oscuridad caía sobre su conciencia, dejándolo vulnerable y sin destino. Casi como en esa novela, Brian Warner le ganaba por segunda vez a Marilyn Manson, el terror de los padres de familia, el demonio “Reverendo” nacido en Ohio en 1969 y educado bajo las estrictas reglas de los colegios católicos.
Casi como el terrorista instruido en Estados Unidos para atacar las Torres Gemelas en el fatídico 9/11, Warner descubrió las raíces del error católico y quiso desnudarlo al mundo como un profeta del caos, en las ropas de un Marilyn Manson, la mezcla a partes iguales del glamour de Marilyn Monroe y la brutalidad de Charles Manson, en la eterna dualidad entre el bien y el mal.
“El nombre Marilyn Manson describe todo lo que tengo que decir. Es una afirmación sobre la cultura estadounidense, el poder que le damos a iconos como Marilyn Monroe y Charles Manson. Es sobre la paradoja. Arquetipos diametralmente opuestos. La gente pocas veces me pregunta sobre mi inclinación por Marilyn Monroe, sin embargo siempre se interesan por la mitad oscura de Charles Manson. Combino la palabra Marilyn como el aspecto blanco y positivo, la luz, con la palabra Manson que es lo negro. Luz y oscuridad, vida y muerte son simplemente dos partes inseparables de la vida. Sin la oscuridad no conoceríamos la luz y sin la maldad no conoceríamos la bondad. Lo bueno y lo malo van de la mano, no se los puede separar”.

Estudioso y lúcido en sus conclusiones, Marilyn Manson demostró con fundamentos sus teorías para ir en contra de la corriente, haciéndose más peligroso y gritándole al mundo que la ignorancia es el gran mal de nuestra sociedad. De sus blancos favoritos, la cristiandad se convirtió en tema fundamental en su vida desde que se fascinara con “el fin del mundo” cuando sólo tenía trece años. “Siempre me decían que estaba por llegar. Cuando finalmente me di cuenta que no era cierto, creo que me convertí en lo que antes me daba miedo”.
De ahí su fascinación con el diablo o, más bien, con lo opuesto, y se apura en explicar que a pesar de lo que pueda proyectar nunca ha estado “en contra de Dios”. “Actualmente la gente está desengañada de Dios y esto sólo necesita ser fomentado. No estoy en contra de Dios. Estoy en contra de su mal uso, y del victimismo de la gente a través de la culpa y la idea del pecado. Porque la cristiandad es responsable del consumismo. La idea de la fe ciega, en cierta forma, ha arruinado América, porque por debajo está el fascismo que nadie quiere aceptar. Estamos siendo controlados por nuestra propia estupidez y debilidad. Cuando enciendes la TV te das cuenta de ello: si no compras tal champú, no vas a poder tener sexo, o si no tienes tal coche, tus amigos no te van a aceptar, y a tus espaldas todos se ríen de ti porque tienes acné. Simplemente te devora el alma. Te hace tan dependiente que tienes miedo de tomar tus propias decisiones”.
Ese fascismo impuesto es el que odia Marilyn Manson, esa necesidad de los gobernantes de querer que pienses como ellos y que creas como ellos. Un mal, dice, que viene desde el comienzo, de la historia del ángel caído que quiere ser Dios, una historia que de haberse contado de otra manera -advierte- sería muy diferente. “Siempre me identifiqué con Lucifer porque él quería ser Dios y no iba a aceptar las reglas de otro. Entonces, lo echaron del Cielo y creó sus propias reglas. Si la otra parte hubiera escrito la Biblia, Lucifer sería nuestro salvador. Es mi trabajo limpiar al mundo de todos sus pecados. He aceptado el rol del ángel Caído. Me estoy ofreciendo como un sacrificio para que el mundo recupere su inocencia”.
Esta imagen de Anti-Cristo redentor que ha proyectado tuvo su punto máximo de provocación cuando fue investido como sacerdote en la iglesia de Satán por el mismísimo Anton Lavey, su mentor y fundador. Sin embargo, y más allá de las teorías que comparte con Lavey y otros satanistas, su interpretación de la oposición a Dios tiene ribetes bastante especiales y lógicos, partiendo de una base fundamental: el Diablo No Existe. “El satanismo no consiste en efectuar sacrificios ni en adorar al Diablo. El Diablo no existe. El satanismo es una cuestión de adoración a uno mismo, porque uno es responsable por su propio bien y mal. La guerra de la cristiandad contra el Diablo siempre ha sido una pelea contra los instintos más naturales del hombre y una negación del hombre como miembro del reino animal. La idea del Cielo es sólo la forma cristiana de crear un infierno en la tierra”.

Y si la religión cristiana ha sido su máxima fuente de inspiración para crear un opuesto, la política y la dirigencia norteamericana no le va en saga para entregar elementos que considera absolutamente nocivos para el desarrollo de la humanidad. El fascismo de las ideas, la imposición de la verdad y el adormecimiento de los cuestionamientos políticos y sociales son los grandes males que, según Manson, tienen al mundo en este alto grado de decadencia y deformación.
“Lo que quiero es hacer que la gente piense por sí misma. El fascismo es precisamente lo que busco destruir, pero si las personas lo ven en nuestros espectáculos, es cosa suya, es un autodescubrimiento. Y para eso estamos, para hacer que piensen y se descubra. No estoy aquí para condenar o perdonar. Estoy aquí para ir contra la corriente. Transformé mi mundo, por lo tanto soy mi propia obra de ficción, sin fronteras para lo que puedo hacer, sin límites. Estoy diciendo que cualquiera puede hacer eso. Cualquiera puede decir lo que yo quiero decir y vestirse como yo, pero las cosas deben ser poderosas; actualmente necesitan golpearte en la cara, porque hay tantas cosas delante tuyo, y todos somos tan insensibles, que realmente necesitas impactar para que tu mensaje llegue a la gente”.
Y vuelve al punto de la dualidad entre la belleza y lo siniestro, donde a pocos les interesa conocer su lado de Marilyn y sí a todos indagar en su fascinación por lo Manson, porque el mundo tiene ese lado morboso que lo lleva en dirección a la naturaleza humana, a su naturaleza animal.
“Los medios y los políticos convirtieron a Charles Manson en el chivo expiatorio de toda una generación. Él decía cosas que no se diferencian mucho de lo que yo digo. A causa de lo que él hizo (los asesinatos), muchos no quieren escuchar lo que tenía para decir, pero creo que es importante destacar que lo que él hizo no es diferente de lo que mi padre hizo en Vietnam; mi padre mató y no creía en ello. Charles Manson mató gente, pero al menos creía en ello y tenía una razón. Ninguno estaba en lo cierto, simplemente pasó. Matar es matar, no hay diferencia. La sociedad convierte a una persona en héroe y a otra en criminal. La moralidad la define el hombre con más artillería”.
A dieciocho años de la aparición en escena de Marilyn Manson y los Spooky Kids, la propuesta violenta y contestataria ya no es la misma, como si el hombre detrás de la máscara se sintiera vencido o como si el ambiente ya lo hubiera adoptado como uno más de sus componentes. Ya pasó el tiempo de la reacción nauseabunda por sus dichos y sus actos, y estas nuevas muestras de debilidad humana lo alejan de su estudiada “peligrosidad”. Marilyn Manson perdió su identidad y dejó que los temores de Brian Warner se apoderaran de su implacable seguridad.
“Pasé por un período extraño donde no tenía ganas de hacer nada y quería renunciar a hacer música”, confesó Manson. “Ya no tenía ningún interés porque sentía que la industria de la música llegó a un punto donde yo me sentía incompleto, indiferente. Lo sentía como algo muy deshumanizado, como un producto, un cliché de lo que alguien debía sentir. No me sentía inspirado para escribir letras de canciones y luego me hundí en un extraño pozo negro. Realmente no sabía lo que quería hacer y perdí mi identidad, como si no supiera quién soy ni quién fui. Mi gran temor siempre ha sido no poder crear y casi llego a ese punto”.
Manson siempre criticó a los débiles y había confesado su miedo a la debilidad, un defecto que últimamente vivió en carne propia y que detesta tener que admitir. “Siempre intento tener control sobre mi vida. Creo que mi mayor miedo es ser débil. Y temo también ser un cordero aceptado completamente en la sociedad. Pienso que cada hombre y mujer es una estrella. Es sólo cosa de darse cuenta y convertirse en ello. Es una cuestión del poder de la voluntad. No tengo lugar en mi corazón para los estúpidos ni los débiles. Hay demasiada gente en este mundo y ellos deben hacer un lugar para quienes pueden contribuir con la sociedad”.
Tras la ruptura del matrimonio con su novia perfecta, Manson sintió que el mundo era más fuerte que sus ideas. Su compañera, su mujer ideal, también lo quiso cambiar, y eso le dolió al punto de cuestionarse su vida entera y volverse débil. "Me casé con alguien que quería cambiarme. Que fuera más adulto, más responsable. Empecé a no gustarme y a odiar lo que hacía. Perdí mi identidad y todo empezó a derrumbarse a mi alrededor”, agregó.
El romance fallido y la lucidez de la conciencia luego del dolor de la separación de Dita Von Teese, le dieron nuevos bríos a Marilyn Manson para escribir sus primeras Black Love Songs (Canciones de Amor Negro), un estilo que lo aleja de sus clásicas críticas sociales y políticas para adentrarse en el terreno de sus propios sentimientos y desnudarlos ante la gente sin pudores ni esperanzas. El Anti-Cristo Superestrella deja de ser el opuesto de la sociedad conservadora para explorar en su vida propia y en sus dolores románticos, aceptando que el amor es lo único que ha podido derrotarle.
“En el último año, mi mayor problema fue darme cuenta que empezaba a no gustarme ser yo. Me sentía como cuando comencé la banda, pero este disco no es parecido a nada de lo que he hecho antes, o lo que era capaz de hacer en el pasado. Es el álbum que tenía que hacer. Soy yo entrando finalmente en el rol de lo que siempre he sido y sin sentirme incómodo al aceptar mi rol de ser tan malvado y de identificarme con esta mitología vampiresca, que está muy presente en esta placa, y de demostrarle a todo el mundo que soy invencible. La única cosa que últimamente ha podido derrotarme es el romance, así como el vampiro puede ser vencido con una estaca en su corazón y esencialmente es con lo que me identifico en este último tiempo”.
Dita aparece cada tres minutos en sus palabras, todavía presente, aún doliendo en su corazón de incomprendido maltrecho. Dita Von Teese, el antídoto de su perversión, el diablo vestido de encanto, seduciéndolo y proponiéndole los placeres del verdadero amor. Prometiéndole seguirlo hasta el fin del mundo, sin cambiarlo, porque él era perfecto. Perfecto para convertirse en su Dios. Warner le ganó a Manson y se entregó sin miedo por primera vez, soñando con ser feliz sin remordimientos, preguntándose si la vida era tan buena de verdad. Y se acabó. Dita Von Teese se fue en la mañana de Navidad de 2006, cerrando la puerta al caos de un tipo que se negaba a crecer, que se negaba a avanzar hasta la transformación en un hombre normal, hasta convertirse en el hombre con el que Dita siempre había soñado. Un Marilyn Manson, a su modo.
Y Warner lloró, sufrió y maldijo. Se sintió destruido sicológica y emocionalmente y quiso rendirse ante la evidencia. Era humano, no era invencible, no era un Dios. Brian Warner se revolcó en su oscuridad y Marilyn Manson no supo dónde estaba parado. ¿Era el mismo que lo había creado con fuerza y determinación? ¿Era el mismo que había sacudido las bases de la sociedad norteamericana al escupir sus dardos en su sumisa ignorancia? No, no era el mismo, claramente, sumido en su depresión de vacío interminable, de un destino sin esperanzas. “Estaba en un estado donde no quería hacer absolutamente nada y había perdido todo tipo de esperanzas; nunca antes estuve en esa posición y no quiero estar ahí nunca más”, asegura.
Las visiones de Marilyn Manson sobre la sociedad y el comportamiento humano fueron retratados de forma cruda y descarada en la trilogía de discos que comenzó con “Antichrist Superstar”, siguió con “Mechanical Animals” y concluyó en el año 2000 con “Holy Wood: In the Shadow of the Valley of Death”, en el período más creativo y lúcido de un artista que se graduaba de rupturista y crítico máximo de la ceguera de la humanidad.
Sin embargo, tras bucear con cierto éxito en la historia del expresionismo alemán y comparar allí las distintas formas de decadencia (en el disco “The Golden Age of Grotesque” - 2003), su pasión por la música dio paso a nuevas formas de expresión que fueron llenando su tiempo: la pintura y el cine se abrían como nuevas posibilidades de impactar y contar sus historias, en intentos alejados de los medios y con menos gente en su contra. Con una galería de arte en Melrose y con el proyecto de Phantasmagoria: The Visions of Lewis Carroll en producción, el tiempo para la música quedaba a la espera de algo que realmente lo motivara, y la religión y la política ya no eran temas que quisiera seguir explotando. Al menos, no como antes.

La decadencia humana reflejada en historias ajenas lo tenía encantado y sobre todo la figura de Charles Lutwidge Dodgson, el creador de Alicia en el País de las Maravillas, que para Manson se convirtió en un reflejo y en una obsesión. Lutwidge es Lewis Carroll de la misma forma en que Brian Warner es Marilyn Manson, una dicotomía extraña y peligrosa que los llevó, a ambos, a ser temidos y perseguidos por sus ideas y acciones. Se dice que Lutwidge fue un pedófilo encubierto, posiblemente célibe, pero fascinado con los niños, con quienes podía hablar fluidamente y sin tartamudear, su defecto más visible al presentarse entre adultos.
Para Manson, Lewis Carroll es una especie de Doctor Jekyll y Mister Hyde, dos personalidades en una que lo tienen absolutamente hipnotizado. “Al tipo lo perseguían sus demonios y tenía una personalidad fragmentada. No podía encontrar la felicidad, no tenía una familia, no podía dormir. Estaba viendo cosas que la gente normal no ve, cosas que yo he visto y aún veo. Por eso decidí relacionarme con él y llevar su historia al cine, con elementos que nadie ha visto jamás. Es un filme de terror subliminal a niveles desconocidos que va a cambiar la forma en que la gente percibe las películas de horror”.
“Phantasmagoria: The Visions of Lewis Carroll” sería estrenada en octubre y su demora se debe a la obsesión de Manson con el personaje. “Cuando estaba escribiendo sobre Lewis Carroll/ Charles Dodgson lo hacía, de cierta manera, sobre mí mismo, por lo que necesitaba un tiempo de distancia para lograr una mejor perspectiva. En ese sentido el tiempo que dediqué al disco ha servido mucho, ya que sin este álbum probablemente yo no existiría…”.
La influencia de Lewis Carroll en su vida diaria llegó a estar tan presente que el mismo Manson reconoce que parte de la personalidad del escritor se fue fundiendo con la suya. “Como si muchos aspectos de su personalidad fueran míos”, confesó. Por eso, no es extraño que muchos elementos de su película y de la vida y obra de Carroll estén presentes también en su nuevo disco de estudio titulado “Eat Me, Drink Me”, aunque según explica, este nuevo trabajo sólo en parte está inspirado en Alicia y su viaje por el País de las Maravillas.

"Si bien en parte está identificado con “Alicia”, creo que el concepto del álbum es el de estar consumido por alguien más, que es algo que viene desde el mito de Cristo y habla de por qué éste es un hombre que se convirtió en un símbolo, y este símbolo está en la religión y es consumido por la gente que cree en esa religión. Y en este disco soy yo, como mi propio símbolo de Marilyn Manson, convertido en humano por primera vez y diciendo que quiero que alguien me consuma, que es el mayor gesto de sacrificio y de admisión del romance que se pueda hacer. Así que tiene mucho de seducción romántica o, explicándolo de una manera más explícita, si tengo que escoger una forma para morir entonces me gustaría que alguien que amo me comiera vivo. Esa sería la forma que elegiría”.
Sobre “Eat Me, Drink Me” Manson dice que “podremos escucharlo renacer, escuchar un romance cuando muere y oír un nuevo romance al nacer… Este álbum no es más personal, pero si lo escuchan probablemente me conocerán más que en cualquier otro disco. En cierto modo fue divertido porque cuando estuve casado sentí que podía gozar más de la vida y hacer música, pero tuve que perder todo eso para ser capaz de revelar mis sentimientos y escribir de mí en el álbum, particularmente sobre amor”.
Ahora Manson habla de amor y se siente cómodo, tan cómodo como cuando hablaba de religión o se bautizaba con Anton Lavey en su Iglesia de Satán, aunque advierte que sólo ahora cree haber encontrado un punto de verdadera libertad, uno donde verdaderamente es él, sin presiones ni estrategias.
“Antes escribí mucho sobre la gente que me rodeaba, pero en este álbum todo es más introspectivo, lo que incluso me ha llevado a creer que es cuando me siento más libre. Se siente como si escribiera para encantar y seducir a alguien, como si estuviera actuando en vivo y a veces incluso como si yo fuera la única persona en el mundo”, aseguró encantado, renacido tras haber sobrevivido a su propia oscuridad y consciente de estar entregando al mundo “el disco que siempre quise hacer pero nunca hice”.

Fuente: Rockaxis

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