Una vida signada por asesinatos, suicidios, incineraciones... Bajo la piel de Chuck Palahniuk, el inquietante autor de culto de El club de la Pelea, laten los monstruos de la Norteamérica podrida.
Chuck Palahniuk esta guardando cosas en cajas, en cajas grandes y pequeñas. Algunas contienen bombones, cerezas bañadas en chocolate, collares hechos por él cuyas cuentas deletrean los nombres de sus destinatarios, patitos de goma, velas de cumpleaños, gomas de borrar y falsos soretes de perro. En otras cajas, hay cientos de desodorantes de ambiente con aroma a bosque, muchas alfombras de baño con forma de bife, y montones de extremidades de plástico de apariencia muy real, descoyuntadas sangrientamente: brazos, piernas, pies, manos. Chuck embala todo. Chuck es metódico en su tarea. Está feliz. No podría tener más calma.
Cerca de la zona de embalaje está el escritorio en que Chuck escribe sus libros cuando no está metiendo todas esas extrañas cosas en cajas para mandárselas a la legión de fanáticos que le escribe y a las librerías de todo el país, en señal de agradecimiento por sus lecturas. El más famoso de sus libros es El club de la pelea [Fight Club], que fue llevado al cine en 1999 con Brad Pitt y Edward Norton como protagonistas. Pero Chuck escribió otros ocho libros, con títulos como Survivor, Lullaby, Asfixia [Choke] y Monstruos invisibles [ Invisible Monsters ]. La mayoría fueron best-séllers. Hablando de ellos en general, de lo que tratan es de la testosterona, las piñas, la ira, el suicidio en masa, la necrofilia, la terapia de estrógenos, el caos, la adicción al sexo, las modelos desfiguradas, Dios, la cosecha de neuronas de fetos, la telequinesis, la cultura pop que odia el anticonsumo y, finalmente, el poder de redención de la comunidad. Esas son las cosas que circulan por la mente de Chuck. Esas son las cosas que tiene que bajar al papel antes de que desaparezcan. Son las cosas que aquellos que nunca antes habían leído un libro –personas de clase baja, gente oscura, anarquistas, desempleados crónicos, los que tienen pocos dientes y los que tienen muchos tatuajes– aman leer. Lo llaman “el Kurt Vonnegut de la nueva generación” y aparecen en masa en sus presentaciones para escucharlo leer sus relatos, contar historias y contestar preguntas, porque él monta una especie de show.
Esta mañana, Chuck se despierta a las tres, sacudido del sueño por una reseña de Haunted, su último libro, que Janet Maslin escribió en The New York Times. Maslin siempre apoyó su obra, pero esta vez se caga en él. Dice que es “pretenciosamente desagradable”. Chuck está afligido –“un poco herido”, dice– aunque no leyó la reseña.
“Me la estuvo regurgitando un montón de gente”, dice sombrío. “La gente no soporta guardarse esas cosas. Quiero decir, ¿de qué me sirve enterarme de eso?”
No lo sabe. Lo que sí sabe es que, históricamente, las críticas malas lo han llevado a mayores ventas, una perversidad que suena apropiada en el mundo de Chuck, y ahora todo lo que puede hacer es armar paquetes. El y su ayudante están atando moños y rellenando las cajas con telgopor desgranado (Chuck lo llama “minucias”).
“Ahora agarrá esos moños de colores”, dice Chuck. “¡Esos no! ¡Dios! ¿Sos ciego? Bueno, ahora poné al Señor Pato en la caja. Bueno, ahora agarrá los soretes de perro. Ponelos entre las velas. Pongamos más minucias en esa caja. Quiero que encuentren esas minucias en la alfombra durante meses.”
Mientras continúa su tarea, dice: “Me excita saber que en las próximas semanas estos 75 o 100 paquetes van a estar llegando a destino. Pero hay un chico que me escribió: «Amigo, estos collares los hacía cuando estaba de campamento a los 7 años». Eso me hizo pensar que ésa es la razón por la que se burlaban de mí en el secundario. Ahora entiendo”. Entonces recuerda un día de la secundaria en el que a Glenda Haas, una hermosa chica llegada del Sur, se le rompió el collar y las cuentas de cristal brillante rodaron por todo el pasillo de la escuela. Enamorado, Chuck se arrodilla para ayudar a Glenda a juntarlas. Por cada cuatro cuentas que recoge, se queda con dos para él, tanto es el amor que siente... Pero ella se da vuelta y le dice: “Sos muy dulce. Cuando llegué aquí, todo el mundo me dijo que eras retardado”.
“De pronto, me di cuenta de que todos mis compañeros le decían que yo era retardado”, dice Chuck. “Fue devastador. ¿Cómo te recuperás de algo así?”
Escribe estos libros en los que ocurren cosas horribles –en un cuento llamado “Guts” [tripas], que aparece en Haunted, un chico se masturba en la piscina de su casa y decide aumentar la excitación colocando su recto sobre el filtro de agua... hasta que sus intestinos se le escapan del cuerpo–, pero no parece un mal tipo. A los 43 años, parece un hombre cualquiera. Usa camisas blancas dentro de pantalones caqui con cinturón, y mocasines náuticos. Su cabello oscuro es corto y está prolijamente peinado. En las fotos de solapa, parece un modelo masculino cincelado; en persona, no tanto. Habla con dicción precisa y es claro. Su departamento en Vancouver, Washington, es amplio y está bien mantenido. En la heladera no hay nada más que seis packs de cerveza Full Sail y unas porciones de pizza vieja. Es infaliblemente educado. La vida lo rodeó de miseria –suicidios, asesinatos, incineraciones– pero los efectos no están a la vista. O tal vez así se lo ve hoy, porque la entrevista requiere un cambio repentino.
Por ejemplo, en la Universidad de Oregon, en la que se graduó con un título en periodismo, Chuck a veces ni siquiera era Chuck. Era Nick. Cuando quería salir de levante o a drogarse o a tomar o a pelearse, usaba ese nombre, Nick. Solía ser un levantador de pesas considerable, pero ahora está más blando. En 1997, decidió que no quería decidir qué ponerse cada mañana, así que fue a una granja y se compró quince trajes Amish idénticos. El sombrero, los tiradores, los pantalones marrones, los zapatos: así que durante seis meses fue un menonita. Es bastante bromista, y en los eventos públicos solía declarar que tenía en su poder el diafragma de Oprah Winfrey, y que iba a ponerlo en eBay, ja ja. Además, se sabe que entre la penúltima y la última versión de sus libros, Chuck se rapa la cabeza con una afeitadora eléctrica, y luego se depila para asegurarse de tener un cráneo suave. Tiene sus razones. Esta es una de ellas: “Es un modo de saber que nada es tan sagrado como para que no pueda hacerse mejor. Esa preciosa persona que uno compuso, en la que ha trabajado tanto para lucir mejor, tampoco se salva. Esa persona está arruinada. Perdió su autoestima. Perdió su identidad. Ha sido humillada. Y eso te libera totalmente”.
Chuck es esa clase de hombre.
Chuck proviene de una ciudad rural en Burbank, Washington, en la que vivía en una casa rodante justo enfrente de la Burbank Tavern, que su padre visitaba regularmente. Su padre, Fred, y su madre, Carol, solían pelearse en voz alta. Fred trabajaba en el ferrocarril. Cuando Fred oía que un tren había descarrilado, llevaba a la familia a revolver las ruinas. “Era –dice Chuck– asqueroso y excitante.”
Cuando Chuck tiene 14, su padre se va de la casa.
Cuando Chuck tiene 16, se da cuenta de que es gay.
Cuando Chuck tiene 18, su padre le cuenta la verdadera historia de la muerte de sus abuelos. Hasta entonces, le había hecho creer que se los había llevado la difteria. Ahora, Fred revela: él tiene 3 años y está escondido bajo una cama mientras su padre, el abuelo de Chuck, lo llama. Desde allí, todo lo que Fred puede ver son las botas de leñador de su padre y la punta de un arma. Un rato antes, su padre usó esa arma para dispararle y matar a su esposa –la madre de Fred, abuela de Chuck– poniendo fin a una discusión acerca de la innecesaria adquisición de una máquina de coser que ella acababa de comprar. Ahora busca a su hijo. Quiere matarlo. Frustrado, apunta el arma contra sí mismo y dispara. Muere. Fred sobrevive.
“Yo estaba gratamente sorprendido por lo que había pasado”, dice Chuck un día. “Me parecía algo glamuroso que le había ocurrido a una familia bastante aburrida.”
Cuando Chuck tiene 22, comienza una etapa de trece años de trabajo para Freightliner Trucks como instalador de ejes frontales y especialista en documentación. Se mueve por el mundo en un destartalado Mercury Bobcat modelo 77. Está enojado. Se agarra a piñas, muchas veces. (“Después de las peleas me sentía bien. Arrepentido y rencoroso, pero bien.”) En 1991, se une a un taller de escritura dirigido por el respetable Tom Spanbauer y comienza a escribir.
Cuando Chuck tiene 33, canaliza todo lo que es, su ira y su odio, en lo que sería la novela El club de la pelea. Y consigue un editor.
Cuando Chuck tiene 36, se eligen los actores para la película El club de la pelea [Fight Club, David Fincher, 1999], y su padre evidencia un deseo intenso por Winona Ryder, quien quizá tenga un papel. “Estaba obsesionado con ella”, dice Chuck. “Yo tenía pánico de que viniera al set esperando establecer algún tipo de relación. Era muy pesado en ese aspecto. Tenía muchas novias.”
Cuando Chuck tiene 37, su padre lee un aviso personal de una tal Kismet. En su tercera cita, él y la tal Kismet son sorprendidos por el ex marido de la mujer. El tipo les dispara a ambos e incinera sus cuerpos.
Después de tres años con [el antidepresivo] Zoloft y dos años sin él, Chuck empieza a tener alguna idea de lo que sucedió ese día. “Los primeros recuerdos de mi padre fueron los de esos momentos debajo de esa cama, de cuando su padre acababa de matar a su madre”, dice. “Después de eso, siempre fue un hombre que buscaba a su madre. Y encontró a esta mujer, y –una vez más– un hombre con un arma entra en escena... No puedo evitar admirar la perfecta forma de este ciclo. Encuentro consuelo en ello. Las cosas ocurren por alguna razón y siguen una matriz.”
Esto es el pivote principal en la vida de Chuck. No puede remediarlo ni hacerlo desaparecer. Pero puede darle algún sentido.
No necesita inventar muchas de sus desoladoras y tragicómicas historias. Por ejemplo, “Guts”. Solía leerla en público, y cuando llegaba a la parte del filtro de la piscina y el chico tiene que morder sus propios intestinos para evitar ahogarse, muchos oyentes vomitaban o se desmayaban, lo cual hace que los ojos de Chuck brillen, y él sonría y diga: “Eso me provoca un cosquilleo”. El personaje del mismo relato que se mete una zanahoria en el culo fue alguna vez el mejor amigo de Chuck (aunque desde que el cuento fue publicado ya no lo es). La anécdota del tipo que se pone cera en el pene está inspirada en algo que hizo otro amigo suyo. El accidente con el filtro de la piscina fue sacado de algo que le contó un adicto al sexo, mientras Chuck investigaba para su libro Asfixia.
En sus primeras lecturas, todo lo que los devotos de Chuck querían saber era dónde quedaba el club de peleas local, o le preguntaban: “¿Sabés pegar muy, muy fuerte?”. Después de “Guts”, todo lo que los fanáticos de Chuck quieren hacer es contarle sus historias personales más profundas y oscuras. Hace poco, una chica le contó con escalofriante detalle sus primeras experiencias masturbatorias mediante la aplicación de un cepillo de dientes eléctrico de Cookie Monster. Chuck es todo oídos, porque cree que esas historias deben ser preservadas. “Las considero grandes reflexiones acerca de la experiencia humana, y me rompería el corazón que no fueran llevadas al papel”, dice. “Veo lo que hago casi como una tarea periodística. Soy más como quien lleva una bitácora (como un documentalista o un contador) que un escritor. De hecho, no soy un muy buen escritor. Pero soy bueno identificando historias y ensamblándolas en algo más extenso. Puedo tomar un montón de datos y armar algo con eso. Estas son las historias que jamás llegarán al cine.”
Obviamente, los fans de Chuck no son como la mayoría de los fans de otros escritores. No son intelectuales ni usan boina. La mayoría viene de lugares como el del que viene Chuck: casas rodantes y fábricas. Son fanáticos, y muchos participan de su sitio web oficial, chuckpalahniuk.net, también conocido como The Cult, donde uno puede acceder a ensayos sobre la escritura de Chuck, integrar talleres literarios del estilo, comprar remeras alusivas (12 dólares), figuritas adhesivas (un dólar) y conversar en los foros.
Esos fans a veces llegan a las lecturas públicas con cicatrices hechas con lejía, en homenaje a la infame escena de El club de la pelea (las quemaduras con lejía son consideradas un emblema de devoción). Antes, solían pedirle a Chuck que les autografiara sus brazos o sus piernas, y luego corrían a cauterizarse la piel autografiada. Chuck dejó de firmar en el cuerpo, pero en esas lecturas, eventos extraordinarios a los que acuden cientos de personas, siempre se hace el tiempo para conocerlos y saludarlos. No importa cuán cansado esté ni el humor que tenga.
En Menlo Park, California, en la librería Kelper’s, aparecen unos fans con jeans gastados, aros en los labios y cabezas rapadas. Algunos llevan puesto el collar que Chuck les hizo y les mandó en agradecimiento por haberle escrito, junto con patos de goma y soretes falsos. Algunos están temblorosos y atemorizados. Algunos lo miran a los ojos, intentando adivinar qué hay detrás.
La madre de un tal Matt tiene a su hijo en el teléfono. Carga una pila de libros de Chuck. Chuck toma el teléfono. Chuck habla por teléfono con Matt. Chuck dice, suavemente: “Vas a morir en siete días”.
Otro fan dice: “Una amiga tiene una infección en la vejiga, y quiere saber si alguna vez tuviste una piedra en el riñón”. “Dos”, dice Chuck. “La más grande era de 9 milímetros.”
“¿Alguna vez probaste papel crepé?”
“No...”
“¿Qué música escuchás?”
“Uso la música como una droga para lograr continuidad en el ánimo con el que vengo escribiendo. Estuve escuchando mucho del viejo Pink Floyd, Dark Side of the Moon.”
Cuenta que después de una lectura le dieron un vibrador en forma de puño. Cuenta que después de otra lectura, una chica de 13 años se paró y gritó: “¡Quiero tu esperma! ¡Quiero estar impregnada de vos!”. La madre de la chica de 13 dijo: “¿No es divina?”.
Un monton de datos sobre chuck listos para convertirse en algo más extenso: Chuck fue un suicida serio y hace tiempo que sabe cómo lo haría. Se encerraría con su camioneta, encendería el motor para producir monóxido de carbono, se tomaría unas pastillas, un par de tragos, y daría por terminada la jornada. Después de cortarse las uñas, se las mete en la boca, las pasa vigorosamente por entre sus dientes y disfruta del pequeño dolor que eso le provoca. En la universidad, a veces pagaba el alquiler vendiendo éxtasis y hongos. Una vez, volado con lsd y ejercitando en el gimnasio, se rompió un par de vértebras del cuello y se dislocó ambos brazos; conserva preciados recuerdos de ello. Solía beber y fumar mucha marihuana. Sigue enamorado de los calmantes. Su favorito es el Vicodin: ponele cualquier pastilla delante y será tu amigo para siempre. Chuck dice que nunca quiso a su padre hasta que lo asesinaron.
Chuck mantuvo su homosexualidad en secreto hasta fines de 2003, cuando ocurrió algo que se convirtió en un patrón de conducta en su mundo. En la versión de Chuck, un periodista que estaba redactando su perfil para Entertainment Weekly acuerda en conservar la parte relativa a su orientación sexual fuera del artículo, pero a último momento se retracta y dice que lo publicará. Chuck se pone loco y sube a su página oficial una declaración con audio en la que confiesa su orientación sexual y cuenta cosas terribles del pasado del periodista que no son del todo ciertas. Poco después, retira ese texto de la web y se disculpa profusamente.
“Me arrepiento de haber despotricado contra el periodista”, dice hoy. “Pero la verdad era que iban a trivializar mi vida por completo. Quiero decir, ¿qué es lo importante? ¿Lo que hago con mi vida o lo que produzco? ¿Qué importa lo que hago con mi pito?”
Pero he aquí la paradoja. La nota de ew no revela su sexualidad. Todo lo que dice es que él “no tiene esposa y se niega a hablar de su vida personal”. Es más, mientras grababa su declaración para la web, Chuck tuvo la nota en sus manos e incluso vio que no lo deschavaba. ¿Por qué tanta furia? Tal vez tuvo que ver con otros periodistas misteriosos que, según decía en esa declaración, intentaban extorsionarlo a cambio de su silencio. O quizá fue el estrés de estar de gira lo que le quemó las neuronas más allá de la lógica y la comprensión. Cosas raras.
Hoy ya no lee más “Guts” en público. En cambio, elige otro relato incluido en Haunted, “Hot Potting” [haciendo puchero]. En éste, un hombre se mete en un baño termal en el noroeste del Pacífico y se hierve casi hasta morir, emanando un aroma similar al de la “panceta, cortada gruesa que se pone crocante al calor de su propia grasa”. Antes de sucumbir, pasa un par de horas en agonía, con la carne abierta, lobos rondándolo y dolor, dolor. En Kelper’s, Chuck mantiene con el staff una reunión previa al evento, y le cuenta acerca del relato y de esas cajas que les mandó antes, con los desodorantes ambientales, los miembros de plástico cercenados, las alfombras de baño con forma de bife.
Dice: “La idea es distribuir los aromatizantes por todo el lugar. Hay doscientos en total”, dice. “Dependiendo de la cantidad de público, se supone que cada dos o tres personas se quedan con uno. Crea una extraña expectativa, y la gente empieza a murmurar.”
“ok”, dicen. “Bueno, el sector de niños está detrás del estrado. Tal vez lo cerremos.”
“Sería bueno”, dice Chuck. Pausa. “Entonces leo «Hot Potting». Alguien sale y empezamos a oler carne cocinándose, y en ese momento la sala ya estará llena del aroma caliente y pesado de los bifes cocinándose, y la gente ya tendrá instrucciones de frotarse el aromatizante en la cara y las manos.”
“¡Oh!”
“Es una especie de núcleo olfativo-visual de la historia”, dice, sacudiendo la cabeza.
La lectura comienza. El público realiza exclamaciones en los momentos precisos y aplaude con el desenlace. Luego, Chuck arroja al público los sangrientos miembros de plástico, como para alegrarlo un poco tras la terrible historia del hombre hervido.
“¡Yo quiero un brazo!”, grita alguien.
“¡Una pierna!”
Después de eso, Chuck responde preguntas. Si hacés una, te ganás una alfombra de baño con forma de bife.
Más tarde, Chuck dice: “Soy eternamente tímido. Tengo que crear una estructura que me permita estar con gente, y ésa es la razón por la que llevo todas esas cosas a un evento: para no caer en la sensación de por qué mierda todos me miran, esa sensación de pánico y odio de las personas tímidas y asustadizas”.
Cuando Chuck esta en segundo grado, un compañero lleva a clase un pez dorado para enseñárselo a sus compañeros, e instantáneamente se vuelve el centro de atención. Chuck está furioso. El resto de los chicos sale al recreo. Chuck se queda en el aula, hurga un poco y encuentra un envase de limpiador multiuso. Chuck echa el producto en la pecera, una cantidad considerable. Los chicos regresan al aula. El agua de la pecera se puso verde. El pez está muerto. Nadie entiende cómo. Es un misterio horrible para todos, excepto para Chuck.
“Por el resto de mi vida me voy a arrepentir de haber hecho eso”, dice Chuck. “Pienso que la persona que sos a los 7 años es la persona que sos el resto de tu vida.”
Por un rato, Chuck reflexiona sobre las implicancias de esta verdad, sin otra posibilidad que la de encadenarla con la lejana sombra del asesinato de su abuela, el suicidio de su abuelo, el asesinato de su padre, el incidente con el pez dorado, el incidente con Glenda Haas (“Todo el mundo me había dicho que eras retardado...”), la devastación, la llegada de su propio fin, el último eslabón de los datos de su vida.
“Bueno, estoy un poco nervioso, porque a veces tengo esos arranques de ira que salen de la nada”, dice una tarde, reflexivo. “El tránsito. Un mozo que atiende mal en un restorán. Colas largas en el correo. El disparador puede ser cualquier cosa. Y yo exploto. Creo que a veces me comporté –me comporto– de manera atroz. Pero estoy tratando de no ser así. Creo que a veces mantenemos vivas ciertas cosas en nuestra mente para no hacerlas otra vez. Tengo que estar atento. Y siempre tengo que pensar: «¿Estoy por matar otro pez dorado?».”
Por Erick Hedegaard
El autor de culto de El club de la pelea se regodea con la descripción de escenas que aspiran a provocar un paro cardíaco. Pero al mesías de los hombres emasculados ya no le basta regocijarse con su imagen de chico malo. Ahora ni siquiera roba mientras finge ir de compras. ¿Será porque reveló que en verdad está casado con un varón? Palahniuk (pronúnciese Póla-nik) no se cansa de recordar las docenas de personas que se desmayaron durante las lecturas en la gira promocional de su último libro. Y sonríe por el comentario que le hago acerca de su nueva colección de piezas de un periodismo por lo menos peculiar, titulada Non-Fiction.La gente se enfurece porque esperan encontrarse con un libro que trata de Cultura con mayúscula. Y con exquisiteces. Había llegado al hotel Heathman de Portland con la esperanza de encontrarme con él e ir luego a charlar a su casa, aunque es algo que nunca hace. Palahniuk llega y me dice que vive a, nada menos, tres horas de aquí, en el estado de Washington, y que de todas maneras no puede concederme más de 90 minutos. Está ocupado por el resto del día, preparando trofeos para obsequiar a sus fans, y “quitando las etiquetas con precios que vienen pegadas a los juguetes”.
“Yo también puedo quitárselas”, le digo. Palahniuk me mira como lo haría David Bowie si te le acercaras cuando está por cerrar el Bar Americano en el Savoy, y le propusieras ir a comer unas papas fritas por ahí. El salón del hotel está vacío, pero Chuck insiste en sentarse en la mesa más alejada. Usa una remera gris y unos pantalones color verde botella, parece una persona muy limpia, un modelo o un manequin de Banana Republic con el rostro de Anthony Perkins en Psicosis. Es una comparación que ya le hicieron antes; la gente de carne y hueso nunca te recuerda a Norman Bates. Pero con Palahniuk –con su sonrisa breve, sus modales puntillosos, su misteriosa amabilidad– es otra cosa. Palahniuk sí parece Norman Bates. Como estuve releyendo El club de la pelea, esperaba un hombre más confrontacional.- Sólo soy confrontacional con mis amigos. Contigo voy a ser tan agradable como una torta.- ¿Estás seguro? Se detiene un momento.- Sí.
Palahniuk tiene 43 años, y después de El club de la pelea publicó siete libros. Sus mejores momentos son cuando hace ardid de una prosa astringente, observadora y muy, muy divertida. Acaso la novela que mejor ilustre su obra, marcada por una notable originalidad, sea Choke (Asfixia, publicada hace cinco años y a punto de ser filmada). Victor Mancini, cuya vida social gira en torno a las clínicas de adictos al sexo, quiere ayudar a su madre, que sufre de Alzheimer. Lo toman como empleado de un parque temático llamado Colonia Dunsboro, especie de recreación de una aldea del siglo XVIII, en donde el personal es sancionado por comportamientos anacrónicos como mascar chicle o silbar temas de Erasure. Non-Fiction (Fugitives and Refugees) incluye una crónica del Festival del Testículo en Missoula (Montana), una entrevista a Marilyn Manson, y recuerdos de Chuck de un trato que hizo con una amiga, quien dejó que la observara diseccionando cadáveres a cambio de un encuentro con Brad Pitt. Admitámoslo: Chuck Palahniuk no es para todo el mundo. Este escritor es uno de los pocos novelistas cuya imagen creció hasta una dimensión similar a la de las estrellas de rock. Sus relatos son adorados por adolescentes que se visten como él –y en algunos casos quieren ser como él-. Algunos incluso han llegado a automutilarse en homenaje a Tyler Durden, el compañero de Pitt en El club de la pelea –un libro que, por otra parte, se convertirá pronto en un musical de Broadway-.
La obra de Palahniuk, cuyos editores advierten que es “enferma”, se ha vuelto más mórbida, visceral y resueltamente repugnante. “Cada vez que escribo algo –dice Palahniuk–, creo que es lo más ofensivo y que nunca escribiré algo así. Pero no. Me sorprendo siempre a mí mismo”. En su próximo viaje promocional, nuestro autor leerá fragmentos de una trama que se ocupa, de manera franca y abierta, acerca de la pedofilia. Aunque será difícil superar a Guts (Tripas), la novela que causó conmoción el año pasado, acerca de un adolescente que apoya la cola en el extractor de una piscina. El joven se encuentra con que sus intestinos son aspirados, y comienza a flotar hacia la superficie, pero queda atado al fondo por un hilo de “densas venas y tripas” y debe masticarlo para romperlo y conseguir subir.
Palahniuk junta libros de fotografías de autopsias, como hacía Damien Hirst de adolescente. Hay momentos en que la determinación del escritor por horrorizar puede parecer –o más bien, es– pueril. Non-Fiction incluye la crónica de un día que paseó en Seattle vestido de dálmata.
Por todo esto, de algún modo di por sentado que Palahniuk sería un tipo de personaje jovial y amigable, el tipo de gente que sabe cómo y dónde divertirse. Pero esto no es algo fácil de encontrar en la ceñuda y seria figura que tengo delante de mí. Todavía me resulta más arduo imaginarme a este hombre robar mercadería mientras pasea por un negocio, aunque sus relatos hablen del regocijo que uno experimenta mientras lo hace.–La atracción está en el sentido de aventura. Siempre te puedes comprar otra chaqueta de cuero. Pero no puedes comprar esa aventura. No puedes comprar ese tipo de excitación.Te estás pareciendo a Sir Henry Wootton de El retrato de Dorian Gray: “El crimen es para las clases bajas lo que el arte es para nosotros: se trata apenas de un medio que nos procura sensaciones extraordinarias”.
–Es la sensación de excitación, de entusiasmo. La sensación de lo furtivo. De no saber exactamente qué va a pasar, en un cierto momento, alrededor tuyo. Ok, me convenciste. ¿Vamos?
–Bueno... (el entusiasmo de Chuck se disipa). Robo desde los trece años.Yo robé medias.–De cualquier modo, el encanto (Palahniuk comienza a cambiar el tema, pero se detiene)... ¿Medias? Bueno, medias... las medias son... realmente son muy fáciles de robar.
Si nos agarran, les decimos que todo es parte de una investigación, de un trabajo de campo.
–Ya sé en qué estás pensando. Nordstrom está apenas a dos cuadras. Pero ya no siento atracción por el robo. Además, mis editores no querrían que hablara de eso. “Cuando un escritor nace –escribió el poeta lituano Czeslaw Milosz–, su familia está condenada”. Pero los Palahniuk tuvieron antes su tragedia. Chuck se crió en un trailer, en Burbank, una pequeña ciudad a 300 y tantos kilómetros hacia el este de donde estamos, a través de las montañas del estado de Washington. Su abuelo paterno mató a su esposa de un disparo, en medio de una discusión acerca de cuánto le había costado una máquina de coser. El padre del escritor, Fred (de tres años, al momento del asesinato), dijo alguna vez que su recuerdo más temprano fue estar oculto debajo de una cama, y observar las botas de su padre, y el caño del rifle, buscando en toda la casa algo más para matar antes de dispararse él mismo.
–A mi abuelo, una grúa en Seattle le pegó en la cabeza. Algunos de la familia dicen que nunca antes había sido violento, de esa forma loca tan suya. Pero algunos dicen que sí lo era. Depende a quién le creas. El trailer de Chuck, que compartió con sus padres, un hermano y dos hermanas, estaba enfrente del bar de Burbank. Allí, Fred, un obrero ferroviario, oficiaba de entusiasta patrón. Nuestro escritor recuerda a su padre llevándolo a él para que lo ayudara a saquear comida de los vagones descarrilados. Cuando Chuck cumplió los 14, su padre se fue de casa. Su madre hoy vive en el estado de Washington.
Palahniuk se recibió de periodista en la Universidad de Oregon. Después de una breve temporada en el periodismo local, trabajó en Camiones Freightliner –primero como mecánico, luego escribiendo manuales de armado y mecánica-. Tenía 13 años cuando se decidió a escribir, en el taller literario semanal de Tom Spanbauer, un escritor de Portland.
La primera novela de Palahniuk, Invisible Monster –sobre la busca de una relación sexual entre un modelo top desfigurado y un travesti- fue rechazada por las editoriales (aunque apareció finalmente en 1999). Nos cuenta que escribió El club de la pelea para “ofender, para shockear y para castigar” a la gente que no quiso publicar “mi buena obra”.
Chuck asegura que él mismo se divierte peleando. Solía propinarles palizas “a ciertos canallas después de algunos tragos”, según un adorable artículo de una revista para hombres, que describe su conversación como “un chorro de testosterona” (Palahniuk es especialmente popular entre este tipo de lectores, y varios de sus relatos fueron publicados como folletín en la revista Playboy).
“Siempre me siento tan bien después de una pelea; es decir, física y emocionalmente agotado. Y duermo muy bien”. Pelear, observa Palahniuk, es un “acto consensual. Las mejores peleas no ocurren entre extraños. Ocurren entre amigos”. El tono de estos comentarios incluye, obviamente, metáforas sexuales, de acentuadas reminiscencias eróticas. “Espiritualidad erótica –dice Palahniuk–, como la de la Iglesia”. Non-Fiction es un libro fascinante de una punta a otra. La capacidad de Palahniuk como periodista es siempre notable: toma aquellos fenómenos genuinamente interesantes, pero nunca a las celebridades en sí mismas, por su valor mass-mediático previo. Al mismo tiempo, trata cada fenómeno en sus propios términos, con sana irreverencia. En una oportunidad entrevistó a la tripulación de un submarino, e hizo que los marineros hablaran sobre cómo tenían sexo bajo el mar.
Vive con su amigo hace 12 años, aunque lo reconoció hace menos de uno. En un texto de 1999, aparece una cita suya que habla de su “mujer”. Cuando le pregunté por eso, dijo que probablemente había dicho “spouse” (una palabra inglesa que no permite distinguir el sexo), y que los entrevistadores siempre presuponen que un varón sólo se puede casar con una mujer.En Non-Fiction, cuando describes los efectos de los suplementos para fortalecer los músculos, dices que “uno ve a una mujer atractiva y se manda. ¡Grrrrrrr!”.–Por cierto, en el libro, el noventa por ciento de las veces no hablo de mí.Cuando Palahniuk habló de su opción sexual, las cosas no salieron como él hubiera deseado. Sucedió de modo accidental. En septiembre del 2003, a punto de emprender un viaje promocional, Palahniuk le otorgó una entrevista a Karen Valby de la revista Entertainment Weekly. Antes de que fuera publicada, Chuck creyó que iban a salir publicadas las declaraciones que realizó off the record acerca de su vida íntima. Quiso anticipar el escándalo y escribió una agria declaración acerca de cuál era el auténtico sexo de su “esposa”, además de comentarios fuertemente personales acerca de la entrevistadora y de un miembro de su familia. Pero apareció la nota, la Valby no había escrito ninguna referencia a su vida privada (sólo se limitó a un “Palahniuk no tiene esposa y declina hablar sobre su vida personal”). “Finalmente, Chuck reveló su verdad más íntima”, comentó con resentimiento la columna Gay News del Willamette Weekly de Portland. “Es un esfuerzo por inyectarle testosterona a su carrera”. ¿A quién le importa si Palahniuk tiene marido o esposa?, podría ser una respuesta razonable y superada de amigos y enemigos del autor. Pero las cosas no son así. La verdad importa. ¿Por qué si no inventar una Señora Palahniuk? Si lo que él dijo en 1999 era ambiguo –como sostiene ahora–, entonces, ¿por qué mi colega escribió: “Dice que por ahora no planean tener hijos”?
“Bueno, era una carga que pesaba sobre mí, pero ahora ya me liberé de ella”, explica Palahniuk.
“Es un terror que se fue”. Es posible que la revelación haya dañado su posicionamiento con los tradicionalistas de Playboy.
Ahora que, como él dice, “explotó la gran bomba”, “ya no necesito ser interesante en las entrevistas. Todo lo que soy es una persona que tiene una hora y media. Y no le debo nada a nadie. Y no me interesan más preguntas...”. Palahniuk mira su reloj. “En realidad, me tengo que ir. Tengo que trabajar en catorce trofeos de bronce y cerca de 100 animales embalsamados. Y eso me interesa más que estas preguntas”.¿Seguro que no te vendría bien una mano?
–Lo hago en casa de un amigo, y no recibe bien a los extraños.
“No disfrutas mucho las entrevistas”, le digo a Palahniuk mientras se despide.
–Entiendo que hay que hacerlo para promocionar un libro. Pero la verdad es que preferiría bajar la cortina, y no hacerlo más. En el pasado cometí el error de buscar complacer a mis entrevistadores.
Ése es mi problema. Esta entrevista tendría que haber sido cinco años antes. Hace cinco años, habríamos salido juntos a robar medias.
–Lo que pasa es que en el pasado estaba obsesionado porque no me preguntaran por el gran tema, mi vida privada. Pero no hay problema, vamos a robar medias. Otro día de la semana. Ahora déjame en paz.
Por Robert Chambers
Lee Leerse uno mismo: Una cronica de Chuck Palahniuk Sobre Marilyn Manson:
http://laevidenciademarilynmanson.blogspot.com/2008/05/leerse-uno-mismo-una-cronica-de-chuck.html
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