Mucho antes de que Marilyn Manson nos asustase con su gesto siniestro e incluso antes de que Kiss lo haga, Alice Cooper -sí, con nombre de chica y cara de enviado de Satán- ya se había convertido en la pesadilla de la clase conservadora de medio mundo. Pero hoy, a 40 años de su primer éxito, con toda el agua que corrió bajo el puente, y más allá del fervor de sus fans más acérrimos, ¿qué atractivo representa ver un show de Alice Cooper? La pregunta aflora debido a la incógnita sobre si el rótulo de “shock rock”, -esa mezcla de hard rock y teatralidad terrorífica que es su marca registrada- impuesto a su música en los setenta, le sigue sentando bien a su propuesta; sobre todo luego de que sus discípulos hayan hecho lo imposible para escandalizar al público con notables resultados -sólo basta recordar algunos clips de Marilyn Manson o los sangrientos shows de grupos como GWAR o WASP-.
Aquella idea de rock impactante y teatral entra por la retina de inmediato cuando se observa la puesta en escena. Guillotinas, telas de araña y maniquíes, todos implementos decorativos que cobran sentido a partir del primer acorde. Es verdad que Vincent Furnier no perdió pelo ni ganó peso (como comentó hace unos días a este suplemento) y tampoco perdió las mañas del eximio showman rocanrolero que es. Incluso a sus 63 años le escapa a la máxima del deterioro físico. Por eso la mayoría de los fans tuvieron un buen baño de su “época dorada”. Gran punto se anota acá Alice y compañía: nunca es agradable ver a tu viril héroe metalero sin poder ser su propio personaje. Los fans del folk lo tienen más fácil en este plano.
El concierto fue, de entrada nomas, un deleite de hits y puestas en escena impactantes.
Los años nunca son en vano, y menos en una carrera de tantos matices y colores. Alice Cooper y su joven, sólida y precisa banda -donde brilló el baterista Glen Sobel- recorrieron los puntos altos de todas sus épocas. Desde el aspecto más progresivo de los comienzos ligados a Frank Zappa, hasta el coqueteo con el metal industrial de la época en que Manson y Trent Reznor (de Nine Inch Nails) eran los capos del rock duro. Así desfilaron Poison con su impronta de hair metal ochentoso, la ultra versionada I’m Eighteen y la arengadora e inmortal School’s Out . Respecto a la parte teatral del concierto, los momentos más álgidos (y cómicos, no aterradores) llegaron con el clásico sketch de la guillotina -donde la cabeza de Alice termina en manos de un gracioso verdugo-, el Frankenstein gigante en Feed my Frankenstein y el baile de la víbora en It’s my body .
Con los temas citados más Hey Stoopid , No More Mr. Nice Guy y la balada Only the women bleed , queda sentado que Alice Cooper cosechó un puñado de buenas (y exitosas) canciones que lo pueden salvar de cualquier coyuntura. Con semejante repertorio, Alice y los suyos tienen cuerda para rato.
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